Orlando Mondragón (Ciudad Altamirano, Guerrero, 1993) es médico cirujano por parte de la UAM-Xochimilco. Ha sido ganador del IV Premio de Poesía Joven Alejandro Aura por Epicedio al padre (Elefanta Editorial, 2017), su primer poemario. Actualmente es galardonado con el Premio Internacional de Poesía Fundación Loewe 2021, debido a su segunda colección poética: Cuadernos de patología humana.
—En la literatura tenemos a grandes escritores que fueron médicos; sin embargo, destaco al estadounidense John Keats, debido a la edad temprana (cercana a la tuya) con la que inició su profesión como doctor y a su vez como poeta. ¿Tu amor por la poesía inició a la par de tu pasión médica?
—Nacieron de forma simultánea y han crecido de forma más o menos simétrica. Son dos partes de un mismo árbol. La poesía crece hacia el sol y busca en el aire sus nutrientes; la medicina me ancla a la tierra. Ambas son un espejo de la otra. Aunque quizá sea al revés: quizá es la poesía la que crece en lo oscuro.
—Has mencionado que «la palabra sana», pero también considero que «la palabra destruye». En Cuadernos de patología humana hay un retrato por los diferentes procesos que has vivido y compartido. ¿Cómo logras conectar con tu voz poética y a la vez con tu sensibilidad clínica?
—Concuerdo contigo. La palabra es como la sangre de la Medusa que le otorgaron a Asclepio: la que manaba del lado izquierdo del cuello era un veneno mortal; la del lado derecho tenía el poder de resucitar. El poder del lenguaje reside en esta dualidad confrontada. Escribir Cuadernos fue un camino lleno de tropiezos, un ejercicio de honestidad. Me descubrí pensando y sintiendo cosas que me negaba a verbalizar en mi vida cotidiana. Tal vez tenga que ver con que la poesía es un espacio de libertad. El médico y el poeta tienen la misma voz, la misma sensibilidad. Uno le pide prestado herramientas al otro.
—¿En qué punto te diste cuenta de que una ciencia como lo es la médica puede transmitirse a través del lenguaje de los sentimientos?
—Por eso mismo elegí a la psiquiatría como mi especialidad. La literatura es la historia del pensamiento y la emoción; la psiquiatría estudia las anomalías del pensamiento y la emoción. Además, no creo que la ciencia y la poesía sean tan distantes. Elisa Díaz Castelo afirma que estas dos disciplinas comparten en su origen una misma raíz: el asombro y la curiosidad; no podría estar más de acuerdo.
—¿Cómo exploraste los diferentes cuerpos que atendiste en las diversas secciones que conforman tu poemario?
—Tomando en cuenta siempre la realidad de mi propio cuerpo. Cada abdomen que se palpa se hace con el tacto que mi propio cuerpo le exigiría a otro. Finalmente, somos nuestro cuerpo. Desde este espacio medimos y filtramos las experiencias del mundo. Decía José Watanabe: la vida es física.
—Tanto tu primer poemario como este último abordan el dolor desde la vista médica; no obstante, ¿en algún punto pensaste en otra manera de contarlo?
—En Epicedio más que el médico, habla el hijo. La premisa era otra: buscar en la palabra la conciliación de un padre y un hijo distanciados por el machismo y la homofobia. Quise hacerlo desde la poesía porque es el género que necesitaba en ese momento, el único que podía sostener y admitir la contradicción desde la que escribía: el amor hacia mi padre, pero también el enojo.
—Margo Glantz escribió que «Cuadernos de patología humana es un diario médico preciso y ordenado», ¿lo pensaste de esta manera cuando diste comienzo al proyecto?
—Tenía dos cosas claras: la primera, era que quería darle la voz poética a un médico; la segunda, era dar cuenta de una noche de guardia. Puede leerse como un diario, pero también como una especie de bitácora o caja negra, es decir, la parte que se salvó del naufragio.
—¿Escribiste estos apuntes pensando en un lector que tenga un conocimiento sobre el lenguaje médico o un lector más general?
—Pensé en ambos. Quise hacer un libro en el que los colegas médicos encontraran guiños a nuestra profesión y un poemario que le abriera las puertas al lector de poesía al lenguaje abigarrado y arcaico de la medicina. Quizá fui un poco ambicioso y ninguna de estas cosas se logró.
—¿Cuáles fueron tus principales influencias para encontrar la vertiente de tus dos poemarios?
—Fueron muchas y distintas. Cada libro tiene sus poetas tutelares. En el caso de Cuadernos fueron Gottfried Benn, William Carlos Williams, Antonio Lobo Antunez, María Auxiliadora Álvarez, Chantal Maillard, Olvido García Valdés, Charles Simic, Pascal Quignard, T. S. Eliot y Héctor Viel Temperley.
—¿Qué dificultades enfrentaste a la hora de encontrarte con tu «yo» en cada verso?
—Las que tengo a la hora de escribir: las resistencias que tengo para verme con todos mi claroscuros y esa voz que me increpa: ¿para qué?, ¿estás seguro?
—¿Planeas hacer un proyecto literario alrededor de la rama psiquiátrica que Epicedio ya ha explorado?—Me gustaría, pero no desde la poesía, sino desde el ensayo o la divulgación científica.