Por Santiago Figueroa
El humo blanco que salió de la Capilla Sixtina y las campanas de la Basílica de San Pedro marcaron un momento histórico: el mundo ya tiene un nuevo papa. Tras la muerte del papa Francisco el pasado 21 de abril, los 133 cardenales reunidos en el Cónclave eligieron a Robert Francis Prevost como el nuevo líder de la Iglesia Católica, que cuenta con más de 1.300 millones de fieles en todo el mundo.
Prevost, quien tiene 69 años y nació en Chicago, Estados Unidos, mantiene una fuerte conexión con América Latina, en particular con Perú. De hecho, vivió y trabajó muchos años en ese país, al que llegó como misionero en 1985. Durante una década dirigió el seminario agustiniano en Trujillo, una ciudad del norte peruano. En 2015 recibió la nacionalidad peruana, como reconocimiento a su compromiso con la comunidad local.
Mientras se preparaba para su primera aparición como papa en lo que se conoce como la “sala de las lágrimas”, las personas llenaron la Plaza de San Pedro esperando verlo salir al famoso balcón del Vaticano. Allí, como es tradición, ofreció la bendición Urbi et Orbi, que significa “a la ciudad y al mundo”.
La elección de Prevost no sólo representa un cambio de persona, sino también de estilo. Su trayectoria como misionero y su cercanía con comunidades vulnerables marcan una diferencia frente a algunos de sus antecesores. Su formación como sacerdote agustino y su experiencia directa en América Latina podrían influir en un enfoque más pastoral y humano desde el Vaticano.
Muchos observadores ven en su elección una señal de que la Iglesia busca estar más conectada con las necesidades sociales de los fieles, sobre todo en regiones como América Latina, donde vive casi 40% de los católicos del mundo.
Este nuevo capítulo para la Iglesia apenas comienza, pero con un papa que conoce de cerca las realidades de América Latina, muchos esperan una etapa de mayor cercanía, humildad y compromiso con las bases. Su experiencia y sensibilidad podrían marcar un pontificado diferente.
Por ahora, el mundo católico lo recibe con esperanza. ¡Habemus Papam!