Cuento
Por: Gabriela Ipanema Canales
Tictac. Mi mente no deja de darme vueltas desde que lo conozco. Siempre he intentado llamar su atención. Usaba la falda del uniforme corta, intentaba que me tocara cada dos por tres y eso nunca funcionó. Tictac. Deberé hacer algo que va completamente en contra de mis principios.
21:52 p. m.
La hora ha llegado, debemos iniciar el plan.
Salí de mi humilde apartamento. Qué más podría pedirle a un trabajo de medio tiempo y el ser estudiante de secundaria. Vivo sola debido a que mis padres están desaparecidos.
Mi vecina tiene un canario, un ave irritante. Ahora no habría algo más irritante que sus gritos de horror, esa sensación me recorre desde lo más profundo de mi ser; es emocionante el imaginarme escuchándolos. Agarré a la avecilla, la llevé a la azotea a pesar de que esta deseara salir volando, se retorcía tanto justo como me gusta que lo hagan, tomé su cuerpo con firmeza —necesitaba de él, no dejaría que escapara, nadie podría detenerme— y se escuchó un chillido para después quedar todo en silencio absoluto.
Cerré la puerta detrás de mí, encendí el televisor, había dejado al ave donde pertenecía, el corte fue casi perfecto, pero no lo necesitaba más, al final ya estaba muerta. Podía asegurar que no sufrió, no saben realmente lo que es sufrir. Encendí las velas. Llegó la hora de hacer el ritual. Se debía fijar en mí.
Caminé orgullosamente por los pasillos. La gente se alejaba de mí al verme o tan solo al olerme. ¡Qué rayos! Como si eso me importara. La hora de la verdad se acercaba más y más. Me senté a su lado, pasaban los segundos, los minutos. Pasó la primera clase y me escandalicé porque lo único que recibí fue una mirada de extrañeza mientras se alejaba. No lo permitiría en absoluto, tomé su brazo y lo jalé con mucha fuerza.
—¡Ay, idiota, me lastimas! —gritó él—.
—Cállate y explícame de una buena vez: ¿qué hice para merecer tu desprecio?, ¿por qué demonios no te fijas en mí?
—¿Te refieres al fétido olor, Jenn? Espera… ¿qué tienes en el cabello?
—Al fin lo notaste, excelente.
Lo solté y lo aventé al muro del salón.
—¡Ahora podemos estar juntos! ¡Ámame, te lo exijo!
—Déjame en paz de una maldita vez, ya me tienes cansado, Jennifer, me golpeaste durante dos horas seguidas, robaste una venda que tenía en mi mano para usarlo como un fetiche dicho por ti misma, ahora te bañas en sangre, dime: ¡¿qué más cosas enfermas puedes hacer?!
Lo tomé del cuello de su camisa y me le acerqué tanto como pude.
—Estoy dispuesta a hacer todo lo posible y lo imposible por ti, por ahora sólo hice que me vieras.
—¡Ya suéltame si no quieres que me defienda!
Lo solté. Era hora de mi segundo plan: iría con ella, su mejor amiga, o eso creí hasta que los vi abrazados. Conmovedor… veré si realmente eso es amistad.
18:30 p. m.
—¿Jennifer Martínez?
—Soy yo.
—¿Está consciente de lo que intentó hacer?
—Claro que sí, oficial, intentaba enamorar al amor de mi vida.
—En ese caso, ¿por qué asesinó al “amor de su vida”?
—Sólo lo hice mío, ahora es eterno.
—¿No sientes culpa?
—¿De qué, oficial? Estamos felices. Si usted viera cómo gritó, le encantaría. Podría decir que tiene la oportunidad de sentir algo excitante, fue maravilloso ver cómo los músculos de su cuerpo dejaron de sentirse tensos; me dedicó ese último aliento.
—Usted no está muy bien de la cabeza…
—Oficial, es obvio que todos hemos hecho cosas increíbles por amor. Estoy enamorada, claro que me habría encantado llevarme a Mariana y no a Uriel, pero como eran amigos sólo intento evitar lo inevitable.
La acusada será remitida al manicomio estatal. La ciudadana, mentalmente inestable, como preanálisis de su comportamiento, podemos decir que es una persona con psicosis, psicopatía y parafilias relacionadas al masoquismo extremo. Sin derecho a libertad por fianza. Es todo, llévensela.
—Oficial, ¿me puedo llevar la cabeza? Mi amado la necesita.