De víctimas a victimarios
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Diálogos

21 Jul, 2023
“En un país donde tenemos 70 millones de pobres, evidentemente la mano de obra está a disposición y los jóvenes entran con una expectativa de poder cambiar su vida, aunque criminológicamente se vuelvan iniciados. Algunos lo harán de manera consciente, pero la mayoría de manera inconsciente.”

Ensayo Maestría: Primer lugar

 

Por: Axel Chávez López

 

¿A qué le temes más, a morir calcinado o intubado por Covid?, le pregunto a Halcón. Es el momento más álgido de la pandemia. Las charlas constantes han hecho que no sea la dureza de las primeras veces, cuando desconfiaba. Su respuesta es un muro infranqueable: “Pues más más a morirme de hambre, ¿o tú no, cabrón?”

A Halcón, la muerte se le metió en los ojos el 18 de enero de 2019 cuando vio a su tío quemarse en la parcela de San Primitivo, límites entre Tlaxcoapan y Tlahuelilpan, Hidalgo. Una toma clandestina explotó, cobró 137 vidas y convirtió el pueblo en un hades sobre la tierra. Dice que escuchaba a su tío gritar; Piquetero, con él entonces, cuenta que era imposible distinguir una voz; que era Halcón el que gritaba.

Ambos son menores que ordeñan ductos. En el contexto de lucha contra el crimen organizado, los cárteles han tenido en los niños, niñas y adolescentes un grupo vulnerable a la cooptación, que ha perdido su infancia en la esclavitud sexual, a través de las balas de la policía o grupos rivales, enlistados en roles como vigías o sicarios, cuidadores de casas de seguridad o extractores de combustible al pie de válvula, ante el riesgo del estallido. Esta situación ha sido posible por factores como la pobreza, la desintegración y la violencia familiar, así como la ausencia de control del Estado a múltiples formas de criminalidad, más la colusión gubernamental.

El efecto lucifer y la base social

La violencia es una conducta aprendida. Los menores en el crimen, aun los que matan, fueron primero víctimas antes que victimarios. Ricardo Raphael afirma que se puede hablar de resortes de la violencia: ¿Falta de un padre o una madre, vulnerabilidad socioeconómica, fallos neurológicos, problemas psiquiátricos…?, pero llegar al acto criminal no es natural. Convertirse en asesino o torturador es aprendido. Implicó una serie de conductas que llevaron ahí.

El efecto Lucifer dice que seres humanos en condiciones envilecidas tendemos a envilecernos. Hay contextos que nos envilecen y contextos que nos dignifican. La violencia, entonces, es producto de un sistema, no de un individuo. El hecho criminal no es sencillo: hay sombras, elementos, pruebas de cargo y descargo, a las que son susceptibles los menores. El crimen, además, tiene propaganda, es recluta y gana estados de ánimo. Que menores busquen ser sicarios, capos o mujeres del narco es corresponsabilidad de la vorágine de apología del crimen que medios, autores y series en plataformas de streaming han legado, porque la heroicidad con la que buscan promover a la delincuencia da audiencias y réditos millonarios, que se siembran sobre el dolor de las víctimas del narcotráfico.

El crimen organizado sienta sus reales en territorios donde crea base social, la cual ayuda a reforzar la misión de estas organizaciones y legitimar sus acciones, y es posible por la ausencia de gobierno. En entornos donde el Estado tiene vacíos, estos grupos los suplen con su poder factico. Hay historias que lo reafirman:

Una pareja cursaba un embarazo de alto riesgo por preclamsia grave. En los hospitales públicos de Hidalgo –el estado más vulnerable al robo de combustible desde 2018– los rechazaron por insuficiencia de equipo. El riesgo de que el producto, de siete meses, muriera, era el escenario más probable, que nadie quería afrontar. Tocaron todas las puertas legales, sin respuesta, y la idea de perder a la hija que esperaban resonó cada vez más fuerte.

Ambos eran jóvenes. El “jefe de la toma”, como se conoce a quien controlaba el robo de hidrocarburo en un territorio, pagó 180 mil pesos a una clínica particular por un mes en Urgencias para salvar la vida de la madre y la menor, que necesitó incubadora para fortalecer sus pulmones.

Al cubrir el vacío del Estado, responsable de garantizar la vida de sus ciudadanos y de brindar servicios de salud, el agradecimiento al capo se volvió eterno, no sólo del padre y la madre, sino de la población que conoció los hechos. Cuando el ejército ha intentado ingresar para recuperar hidrocarburo extraído de los ductos de Pemex, la población ha salido a enfrentarlos; al frente, mujeres y niños con piedras, contra quienes, para avanzar, los soldados tendrían que descargar sus balas.

El capital social, en Sociología, es visto como una fuente de control, de apoyo familiar y de generación de beneficios transmitidos por redes extrafamiliares (Portes, 1999), lo cual sucedió en este caso. Weber define cuatro tipos de acción social —racional con arreglo a fines, racional con arreglo a valores, afectiva y tradicional—; en cada una de ellas se analizan los motivos que las impulsan y la correspondencia entre medios y fines de la acción.

Para el doctor por la Universidad de Leiden Rodrigo Peña, el crimen organizado es un fenómeno multicausal, y en la creación, por ejemplo, del sicariato, en el que están inmersos menores, son determinantes las condiciones de pobreza.

La postura de la marginalidad como factor de cooptación de jóvenes la refuerza el doctor José Antonio Álvarez León, especialista en temas de seguridad y académico de la Universidad Nacional Autónoma de México: “En un país donde tenemos 70 millones de pobres, evidentemente la mano de obra está a disposición, y los jóvenes entran con una expectativa de poder cambiar su vida, aunque criminológicamente se vuelvan ‘iniciados’. Algunos lo harán de manera consciente, pero la mayoría de manera inconsciente. Esto nos da una radiografía preocupante, porque no solamente hay un reclutamiento de personas para trabajar, sino que prosperan nuevas cadenas de violencia”.

La situación se agrava porque una de las estrategias de los gobiernos mexicanos en el combate al crimen ha sido “descabezar organizaciones” (Kingpin Strategy), que, a su vez, se vuelven grupos residuales, más pequeños, caóticos y violentos, que demandan reclutas fáciles. Las infancias lo son, por la fuerza o por una convicción parcial, al desconocer las dimensiones certeras de la violencia; también, se vuelven desechables y sustituibles, porque infancia y pobreza, en el país, es un binomio recurrente. Porque el crimen, o la mafia, busca el gobierno del territorio. Es un objetivo similar al del Estado, pero sin la idea del bien común, sino de expoliar a la población, que acrecienta la vulnerabilidad, en un contexto como el de México, en el que la regla es sobrevivir. Así, el fenómeno del crimen organizado y su cooptación es más que una serie de delitos de alto impacto. Hay un trasfondo social, humano, económico, cultural y político que debe entenderse para comprenderlo.

La manera en la que se puede combatir la cooptación de infancias en el crimen es comprendiendo su lógica, entender los actores que la protegen y su evolución. La necesidad de trascender de grupos vulnerables, ellos la traspalan a la criminalidad, y ofrecen el poder, dinero y reconocimiento a través de la violencia, en una sociedad envilecida como escenario, que desdeña valores y legitima, a través de medios corresponsables de la apología, la ascensión en el crimen a causa de la necesidad.

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