¿Por qué y para qué soy estudiante de periodismo?
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Diálogos

15 Nov, 2022
“Ese es el periodista que admiro, el que logra con su trabajo servir, ayudar, mejorar; el que le da voz a los que permanecen en silencio, pero que tienen mucho por contar. Es ese periodismo al que aspiro.”

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Ensayo

Por Jimena de la Torre

“Si no hubiera conflicto no habría películas, ni toros, ni periodismo, ni política, ni lucha libre, ni nada. La vida sería muy aburrida. En cuanto alguien diga sí, hay que contestarle no.” –José Clemente Orozco.

Existe un pueblo en un cañón situado a las faldas de la Sierra Huichola en Jalisco; un lugar en el que su población durante mucho tiempo estuvo al margen de lo que pasaba en el país y en el mundo. Mi abuelo dice con frecuencia que “ese pueblo está en la cola del diablo”, pero también que “es el ombligo del mundo”; porque así es Mezquitic, como el espinazo ¡pelón pero sabroso!

Escuché que “todos los caminos conducen a Roma”, y es verdad porque hace casi cinco años salí de aquel lugar y vuelvo cada vez que las intermitencias de la vida me suscitan a hacerlo, cada vez que la caótica Ciudad de México me maltrata; regreso para comprobarme a mí misma lo que ya sé desde hace un tiempo, porque es en aquella breña árida, en esos potreros tatemados, de mezquites dorados; es entre la gente que la habita y su cosmovisión, que yo le encontré un sentido a mi vida y decidí continuar mi formación como periodista.

Esa señal llegó a mí hace poco, a mitad de lo que llevo estudiando en la Escuela de Periodismo Carlos Septién García, antes de eso divagaba entre los pasillos, subía y bajaba los escalones con la misma pregunta atormentándome: “¿Qué hago aquí si no sé una mierda de nada?” Ahora sigo sin saber nada, pero ya no lo veo como una debilidad, sino más bien como una oportunidad de alimentar mi mente y mi conocimiento, y me aferro a esa hambre como el rosario de plata se emperra al cuello de mi abuela, porque no es solo para mí, es para llevarlo a mi terruño y compartirlo con los habitantes, como los franciscanos lo hicieron con la religión católica en 1605 cuando bajaron de Mesa de Guadalupe para evangelizar a mis antepasados.

Es un intento por manipularles su concepción del mundo, porque es justo su filosofía, su manera de entender la vida lo que los tiene encadenados.

A diferencia de muchas de mis compañeras y compañeros de la carrera yo no jugaba a que era reportera cuando niña; nunca me visualicé conduciendo un noticiario de radio o televisión; no me imaginé saliendo a las calles a investigar un hecho y todo lo que lo atañe, para luego estar en una oficina redactando notas, crónicas o reportajes, pero siempre he querido poner el lomo para que los y las demás se paren en él y griten lo que tengan que gritar.

Esto me remite a una clase en primer semestre cuando un profesor preguntó: “¿Quién está aquí, estudiando periodismo para hacerse escuchar, porque tiene algo importante que decir y encontró en el periodismo la manera?”, la mayoría levantó la mano, yo no sé en qué pensaron los que no la alzaron; en mi caso me hundí tratando de encontrar una respuesta que me convenciera. Lejano queda ya, aquel momento de confusión, ahora veo por fin una luz, un sentido, una meta.

En mi trayectoria como estudiante de periodismo me he dado de bruces con todo el cochinero que implica el “cuarto poder”. El periodista que más admiro, platica entre risas que un importante político le regaló diez centenarios, que los guaruras del mismo, lo llevaban ahogado en alcohol hasta la puerta de su casa; que el gobierno les pagaba cada año, a él y a sus colegas un viaje a Cancún, con la Miss Bikini (y otras mises) de aquel entonces, además de volar en el mismo avión presidencial. Cada navidad y año nuevo, recibían regalos caros él y su esposa por parte de numerosos políticos, varios de ellos envueltos en los escándalos de corrupción más célebres de la historia mexicana. Acepta que es el claro ejemplo del llamado “chayote”, pero le causa gracia.

Eso me hace pensar en si de verdad se puede ejercer como periodista sin fallarse a sí mismo, a nuestros ideales, yo creo que no, de alguna manera terminaremos entablando lazos con el enemigo, aunque sea para obtener información, datos duros, una fotografía; o si vamos obrando bien en el camino habrá quienes nos silencien; o al final nos sale el tiro por la culata como a Faúndez, personaje de la película Tinta roja, dirigida por Francisco Lombardi. Un ejemplo transparente de lo que es la disonancia cognitiva (una teoría en la psicología social. Se refiere al conflicto mental que ocurre cuando los comportamientos y creencias de una persona no concuerdan con sus acciones).

Foto © Quiu

Foto © Quiu

En la cinta podemos ver que el tipo de periodismo que ejercen los personajes es de lo más vil y poco ético, una mentada de madre al código deontológico del periodista; donde mezclan intereses personales con los laborales; hacen lo contrario a lo que he aprendido en casi cuatro años de formación, pero me queda claro que esa película es tan solo una mímesis de la realidad así es el periodismo: trunco, chueco, sucio; juega con la sensibilidad humana, la desgracia impropia es el motor del oficio. Como diría mi antiguo maestro de redacción: “Los periodistas vivimos de las penas ajenas, lo vean por donde lo vean.”

Pero ¿qué le admiro a ese periodista, pues?, pues, lo lejos que llegó laboralmente sin haber concluido siquiera la educación primaria; admiro el hecho de que cerraron un módulo de la cadena gringa de comida rápida McDonald’s, que obstruía la estética visual del histórico Paseo de la Reforma, gracias al poder de una caricatura publicada en los periódicos; admiro aquel trabajo publicado en los años ochenta del siglo pasado que ayudó a la zona wixárika de Mezquitic, Jalisco: San Miguel Huaixtita, San Andrés Cohamiata Tatei-kie, Nueva Colonia y Pueblo Nuevo, y les proporcionó insumos para sobrevivir al crudo y cruel invierno. Admiro que con su ingenio y talento un pueblo austero y marginal del que poco se sabe, llamó la atención de la Secretaría de Educación Pública y pudo fundar su primera biblioteca.

Aprecio su labor periodística en mi tierra, un órgano de carácter cultural e informativo, que por 25 años buscó la unión y la amistad entre los pueblos de la zona norte de Jalisco, pero también con los estados vecinos: Nayarit, Zacatecas y Durango, en sus palabras:

“… La respuesta de toda la gente le fue dando al periódico una publicación muy popular, muy de la gente; o sea en el periódico ese no teníamos ni deportes, ni sección policial, ni sociales, ni teníamos publicidad ni compromiso político, entonces estaba dedicado a recoger las historias, el habla, la manera de ser de la gente, lo que le dio una característica muy especial a tal grado que se interesaron por ella los intelectuales, gente de letras, gente de conocimiento porque vieron en la publicación algo muy distinto al periodismo que se hacía en la provincia, en él se puede recoger todo el acontecer de la segunda mitad del siglo XX , en los pueblos, todo su proceso y todo su cambio.”

Ese es el periodista que admiro, el que logra con su trabajo servir, ayudar, mejorar; el que le da voz a los que permanecen en silencio, pero que tienen mucho por contar. Es ese periodismo al que aspiro.

El futuro es incierto, eso quién no lo sabe, a lo que voy es que quizá ese periodismo al que pretendo llegar no es más que una ilusión, una quimera, una utopía. El periodismo del siglo XXI es harina de otro costal, un monstruo que se me viene encima y yo estoy aquí soñando con épocas pasadas que ni siquiera me tocó experimentar.

Dentro de los obstáculos a los que me tengo que enfrentar en lo que concierne a mi profesión, son dos los que más me aterran. Uno de ellos es el internet y sus efectos en los usuarios ¿cómo ejercer periodismo en esta era digital si no nos gusta leer textos de más de 100 palabras? Perdemos el interés en todo en aproximadamente cinco minutos, al final el periodismo evolucionará en nombre y significado, como todo. El periodismo no dejará de cambiar porque las sociedades tampoco lo harán, y esta profesión tiene un compromiso social enorme por ello está obligada a trocar, a fluir como el agua en los ríos y arroyos. Panta rei.

A duras penas en mi escuela nos están enseñando a manejar las redes, pero siguen sin darle la importancia que merecen, allá afuera de las aulas nos espera un mundo totalmente audiovisual y nosotros saldremos predicando un periodismo retrógrado, con libreta en mano.

Me gusta saber de la vieja prensa, me gusta imaginarme aquellos escenarios ya distantes; me gusta conocer los métodos antiguos para lograr la publicación de una nota; pero en definitiva eso debería enseñarse como historia y ya no como fórmula. Ese periodismo es para la decadencia.

Soy estudiante de periodismo porque es el primer paso para lograr con mi cometido de llevar una filosofía diferente al pueblo del que vengo, es esta profesión el primer instrumento en mi caja de herramientas. Pensando siempre un poco más en las mujeres, en los infantes; pensando siempre en un mañana en el que las adolescentes no apaguen sus pasiones; pensando en un Mezquitic más sano, informado, feliz, consciente, sensato, cabal.

Escucho frecuentemente “ya olvídate de ese lugar”, “no vale la pena”, “está perdido, pueblo infértil”, me dicen que lo romantizo, claro que no, tengo los pies en la tierra, estoy despierta, sé lo que ese lugar puede sembrar en el alma de la gente, lo he visto en las personas que más estimo, pero ni cómo negar la cruz de mi parroquia, soy de ahí, de la huizachera y la nopalera, vengo de ese cielo azul prístino que me invitó a pensar.

Por esa patria pervertida estoy aquí. No quiero ser su voz, quiero enseñarles a encontrar la suya, quiero ver los frutos de lo que yo y solo yo sé lo que me está costando. Que la vida y mi madre me amparen.

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