Por Santiago Figueroa
El universo del rock y heavy metal está de luto. El 22 de julio falleció a los 76 años Ozzy Osbourne, la inconfundible voz de Black Sabbath y uno de los más grandes pioneros del género.
Apenas unas semanas atrás, Ozzy se despidió de los escenarios en su natal Birmingham, donde más de 40 mil personas colmaron el estadio Villa Park para vivir una noche histórica. Aquel 5 de julio, junto con sus compañeros originales de Black Sabbath y algunas estrellas invitadas como Metallica y Steven Tyler, ofreció un espectáculo que fue tanto celebración como despedida, transmitido a millones de fans en todo el mundo.
Diagnosticado con Parkinson en 2019, Osbourne enfrentó la enfermedad con una fortaleza admirable. Aunque su movilidad se vio mermada, nunca perdió su espíritu rebelde ni su pasión por la música. Su gira final, aclamada por crítica y público, fue testimonio de una carrera vivida al límite, con exceso y autenticidad.
Osbourne, quien nació el 3 de diciembre de 1948, en Inglaterra, se ganó el apodo de “El Príncipe de las Tinieblas” por su estética oscura y su estilo provocador. En 1969, con el lanzamiento del primer álbum de Black Sabbath, inauguró un nuevo género que marcó una ruptura con el flower power de los años sesenta: el heavy metal. Himnos como “Paranoid”, “Iron Man” o “War Pigs” no sólo se volvieron clásicos, sino cimientos del metal moderno.
Tras su salida de Sabbath en 1979, su renacer como solista lo consolidó como ícono global. Álbumes como “Blizzard of Ozz” y “Diary of a Madman” no sólo triunfaron en ventas, sino que forjaron un legado imborrable. Fue doblemente inducido al Salón de la Fama del Rock and Roll: primero con Black Sabbath (2006) y luego como solista (2024).
Ozzy Osbourne cambió la música y definió una actitud. Su familia declaró que murió rodeado de amor, dejando atrás una vida marcada por la creatividad, la valentía y un legado musical imposible de igualar.
