Por Jesús Peña Aguirre
Cuando Pita Amor, al llegar de una fiesta, decidió plasmar las luminiscencias de sus venas con un lápiz para cejas, en una servilleta:
“Casa redonda tenía
de redonda soledad:
el aire que la invadía
era redonda armonía
de irrespirable ansiedad.”
Se abrió un hueco en el universo y los astros se alinearon; pues una mujer con personalidad de volcán y meteoro había llegado a la tierra; una tan desorbitante y que estaba decidida a cuestionar al ser y a Dios. Su preocupación por querer responder a las preguntas ¿Qué somos? ¿De dónde venimos? ¿Adónde vamos? Fue tan inmensa que la buscó en más de sus 20 poemarios publicados, en los que destacan: Yo soy mi casa (1946), Décimas a Dios (1954) y Polvo (1949).
Adentrarse a la obra y vida de Guadalupe Teresa Amor Schmidtlein, mejor conocida como Pita Amor, es socavar un camino lleno de contradicciones y penas. Nació el 30 de mayo de 1918, bajo el manto de una familia aristocrática. Fue la hija menor de siete hermanos y la más consentida, desde muy pequeña desarrolló una necesidad por la atención, sus padres constantemente estaban ocupados y no podían saciar su necesidad de ser vista y provocó una gran soledad en ella. Pita abordó todos estos temores y angustias tempranas en su novela semiautobiográfica Yo soy mi casa (1952).
Al crecer, Amor era seguidamente halagada por su rostro. Tanto así que fue retratada por diversos pintores, entre ellos, Diego Rivera. Sus ojos tan negros como profundos eran la desdicha de miles de muchachos y su cuerpo la cúspide de los ardores.
Ella aseguró haber disfrutado esta atención que le brindaba su belleza; se jactaba y vanagloriaba en ese espectáculo. Pero hubo un punto en el que ya no soportó más un cumplido por su belleza; ella quería ser vista por otra cosa; quería dejar su sangre llena de fuego en el mundo. Hasta que un día, movida por el vacío, escribió sus primeros versos en la primera servilleta que encontró.
Su poesía era tan profunda que, al lanzar su primer poemario “Yo soy mi casa” (1946), despertó el rumor de que ella no era la verdadera autora de esos versos plagados de angustia; ya que es bien sabido que, en ese tiempo (como lo es aún) a la mujer siempre se le ha desmeritado el valor de su arte y esfuerzo. Pero ella le dio poca importancia a este asunto y siguió deleitando al mundo con sus siguientes poemarios.
Pita cosechó un éxito indudable en la poesía latinoamericana, haciendo accesible este arte tan estigmatizado, como lo es la poesía, a miles de personas. Sus poemas conmovieron a tantos lectores mexicanos que consiguió un contrato editorial para España, “Poesías completas” (1946-1951).
Guadalupe sobresalió de manera innegable, debido a los temas tan universales en sus sonetos, décimas y coplas. Logró plasmar, sin ningún tipo de censura, una poesía erótica explícita, la cual hizo gritar a más de un conservador y logró combatir con todos los prejuicios que se le tenía a la mujer poeta.
Su belleza al blasfemar y crear un diálogo tan íntimo con ese Dios que se nos inculcó desde pequeños, hizo que miles de personas revolotearan de furia, también logró un pensamiento colectivo y visibilizó algo tan normal como lo es la pérdida de la fe.
La influencia de la poeta, Sor Juana Inés de La Cruz, es notoria en la poesía de Amor, ya sea en su estructura y en las temáticas; ya que Pita en diversas entrevistas y recitales, expresó su amor por la Décima Musa y la total inspiración que significaba.
Además de poeta, Guadalupe incursionó en el cuento, novela, actuación y locución. Sin embargo, la forma en la que su alma mejor se destilaba era en verso.
Ella fue una mujer que siempre la albergó la condescendencia y el egocentrismo; siendo así al grado, que le prohibió a su sobrina, Elena Poniatowska usar el apellido Amor, pues ella era la dueña de la tinta americana y Elena, una “pinche” periodista.
El éxito literario de Pita llegó a su fin cuando la tragedia se posó en su hombro y la hundió por una depresión de casi diez años, por el fallecimiento de su primer y único hijo, Manuelito. Víctima de un accidente a la edad de un año y siete meses, ya que cuando Pita dio a luz, supo de inmediato que no podría con la gran encomienda que es la maternidad; así que le pidió a su hermana, Carito, que la ayudara a cuidarlo. Pita lo visitaba constantemente y fue en una tarde de esas cuando, al no estar por ninguna parte el niño, fue encontrado ahogado en una pila de agua.
Esa tragedia marchitó por completo su salud mental y física, la hizo ausentarse de la prensa y de la poesía por varios años. Al acabar con su exilio, se le veía perdida e irreconocible, su envejecimiento era notorio y no tardaron las malas lenguas en decir que estaba loca.
“Maté yo a mi hijo, bien mío
lo maté al darle la vida
la luna estaba en huida
mi vientre estaba vacío.
Mi pulso destituido
mi sangre invertida
mi conciencia dividida.
Era infernal mi extravío
y me planteé tal dilema
es de teología el tema.
Si a mi hijo hubiera evitado
ya era bestial mi pecado.
Pero yo no lo evité:
vida le di y lo maté.”
Donde se le podía ver con frecuencia era en la Zona Rosa, ahí se paseaba ataviada de joyas pesadas, una flor en la cabeza y su bastón. Fue víctima de miles adjetivos peyorativos y era famosa por dar bastonazos a quien se le cruzara.

Sufrió una situación bastante complicada en la última etapa de su vida; se quedó en bancarrota, perdió sus cosas, se la pasaba en hoteles, no tenía un hogar y vendía poemarios y versos sueltos para poder comer. Gracias al espíritu de Federico García Lorca, una de sus mayores inspiraciones, amigos suyos la rescataron y la instalaron en un pequeño departamento.
Pero no todo era tormento para ella, aunque su poesía dijera lo contrario, pues gozó de un homenaje en vida en 1996, cuatro años antes de morir, en el glorioso Palacio de Bellas Artes. Donde ella salió a recibir al público, vestida de zarina, en un carro alegórico que mostraba la inmensidad de ese personaje tan indomable, como lo fue la Undécima musa. La ovación del público presente duró más de 18 minutos.
El 8 de mayo del año 2000, Pita Amor dejó este mundo y se direccionó a su trono en el universo. Desde ahí contempla el gran legado que dejó con sus versos y que, después de tanto, siguen invitando a la reflexión y a la búsqueda del sentido en nuestra estadía por el mundo. Ella retrató y cuestionó las cualidades que rodean al humano. Igualmente enseñó el amor como pocos lo habían hecho; escarbó con sus manos el misterio de la soledad y demostró, con una bandera larga y embriagante, la importancia del ser mismo. Su constante angustia inundó sus poemas, aunque muchos la encuentren repetitiva y contradictoria, se darían cuenta que esa es la base del sufrimiento.
Guadalupe Amor, la sucesora de Sor Juana Inés de La Cruz, sufrió una tragedia más que la de su hijo. Y es que, desde sus primeros poemas, se nota su deseo por la eternidad; por ser recordada y alabada en su memoria. Lo cual, desde hace casi 25 años que partió, no ha pasado. Su memoria no ha gozado de la justicia que merece. Sus libros son escasos y el tiraje es limitado. Una gran contradicción ha manchado su memoria. ¿Cómo es posible que de tanto mencionaba lo eterno, ella haya quedado en el olvido? No lo sabemos, culpamos a la suerte, a la injusticia cultural y a los promotores que la han abandonado.
“Soy histérica, loca, desquiciada;
pero a la eternidad ya sentenciada.”
Aunque su obra está siendo reeditada con lentitud, se espera que el legado de esta mujer volcán resuene en los cuerpos de las nuevas generaciones. Guadalupe Amor merece ser liberada del hechizo de olvido en el que ha sido puesta. Merece seguir estando viva bajo la declamación de sus versos y que se le siga recordando, porque alguien que no está físicamente en el mundo, pero su memoria es evocada, verdaderamente nunca muere.
Se tiene fe que se le hará justicia a esa mujer abandonada en muerte y en vida; la que pasó largos fríos en la calle; la que comió a lado de perros callejeros y fue bufada por su apariencia. Cuando esa reivindicación llegue, Pita vendrá y la oiremos pasearse por la Zona Rosa, con condescendencia y picardía, sabiendo que su legado es infinito.
Epitafio:
“Es tan grande la ovación
que da el mundo a mi memoria
que si cantando victoria
me alzase en la tumba fría,
en la tumba fría me hundiría
bajo el peso de mi gloria.”