“Johanne Sacreblu”: manual para usar el arte como forma de protesta
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Diálogos

4 Mar, 2025
El largometraje triunfó en salas de cine, demostrando que el cine da respuestas y responde si se usa como forma de protesta.

Columna

El fenómeno cinematográfico provocado por “Emilia Pérez” ha trascendido más allá de la exacerbada respuesta de quienes le brindaron minutos de aplausos en el Festival de Cannes. La película dirigida por el francés Jaques Audiard, filmada en Estados Unidos y que retrata la visión del director acerca de la cultura mexicana, provocó que se retomará la discusión acerca de qué y quiénes califican las películas nominadas al Oscar, incluso, la eterna discusión de quién determina lo que es el arte.

La cinta que realizó su gira en festivales durante 2024 relata la historia de “El Manitas”, un peligroso delincuente que no se identifica con el género y los roles que le han sido establecidos desde su nacimiento, por lo que busca realizar su transición no únicamente de género, sino de vida, de esta manera surge Emilia Pérez, una mujer que trata de enmendar su camino y sepultar su pasado mientras busca la identidad que durante su vida nunca encontró. La premisa de esta cinta, en sí, es innovadora; sin embargo, las interpretaciones, la pésima escritura y, principalmente, la soberbia de varios de los involucrados, desvirtuaron lo que en papel parecía algo interesante.

¿Por qué soberbia?

Sin ver el filme, sería fácil decir que la película es horrible por el puro hecho de que existen diálogos como: “Hasta me duele la pinche vulva nada más de acordarme de ti…”, “me cortó la lana, cerró la llave, no funciona ninguna tarjeta, todas mis cuentas están bloqueadas, me quiere quitar a mis hijos y ahora mi lana…”; pero estaría apelando a la soberbia del director francés que argumentó que no necesitó investigar acerca de la cultura mexicana, ya que todo lo que necesitaba saber, ya lo sabía.

Misma soberbia que la protagonista Karla Sofía Gascón mostró al ser cuestionada y criticada, no sólo por su actuación, sino por participar en un largometraje cuyo tratamiento acerca de la transición es hasta ofensivo para la comunidad a la que pertenece, situación que minimizó señalando que el disgusto por la película viene de “cuatro gatos” con intereses de por medio.

En un país donde en promedio desaparece una persona cada 40 minutos, mismo en el que, hasta el momento de la redacción de esta nota, el estado de Sinaloa se encuentra paralizado por la violencia derivada de una guerra entre grupos pertenecientes al crimen organizado, la cual no tiene respuesta ni del gobierno estatal, ni federal, ni de ninguna dependencia de seguridad, el motivo del descontento generalizado es el retrato distorsionado e idealizado de la sociedad mexicana aunado a la irresponsabilidad e irrespetuosidad con la que se abordaron temas sumamente álgidos. Además, la mirada superficial y estigmatizada con la que se aborda la diversidad y la transición de género.

Foto  ©Especial

En este espacio de coraje y, hasta cierto punto, rencor, emerge “Johanne Sacreblu”, cortometraje dirigido por Camila D. Aurora, quien responde, o al menos lo intenta, con los mismos estereotipos, lugares comunes y clichés al largometraje nominado al Oscar, pero usando la comedia voluntaria, no involuntaria como “Emilia Pérez”, para retratar y hacer evidente el rechazo hacia la ganadora del premio a la mejor película de habla no inglesa en los premios BAFTA de la academia británica.

Finalmente, “Johanne Sacreblu” triunfó en salas de cine, incluso logrando suficiente éxito para que se tome la decisión de producir un largometraje, demostrando que el descontento no se limitó a redes sociales y que, a diferencia de lo que opina Jaques Audiard, el cine sí da respuestas y responde si usa como forma de protesta.

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