Cuento: Segundo lugar

Por: Engels Emiliano Eusebio Jijón Amparo

“Es encontrado sin vida al interior de su casa en la Ciudad de México, el escritor conocido por su seudónimo, Rómulo Beltrán. Las autoridades, quienes encontraron el cuerpo esta mañana, ya han confirmado que la causa de muerte fue un suicidio por arma de fuego cometido la noche anterior. Se le conocía como un poeta ignorado y un escritor fracasado.”

Pero ¿quién era Rómulo Beltrán? Con intentonas cuentistas y novelísticas trató de comenzar su propia tradición literaria. En su adolescencia mostró interés particularmente por la poesía, la cual no desarrollaría de forma sería hasta la llegada de su primer poemario “La verbena de los muertos”, la única obra de Rómulo que tuvo algún impacto en los círculos literarios del país y que tuvo un pequeño eco al ser editada con sólo mil ejemplares que aún se pueden conseguir, en un precio casi de remate, en algunas librerías. Sin embargo, el eco duró muy poco y esa sería la única obra conocida del escritor.

Con cuentos como “El verde pasto” y “Pasos en la obscuridad”, intentó ampliar su obra literaria, pero sin éxito. La crítica fue dura según los artículos encontrados en diferentes revistas especializadas; “No tenían la calidad esperada y los temas estaban poco y mal desarrollados”, decían algunos críticos. Sin embargo, Rómulo no se detendría ante sus descalabros cuentísticos. Escribió al menos cinco más que fueron rechazados, ignorados y olvidados por el propio autor.

Hacia los últimos años de su indigente carrera, publicó sus únicas tres novelas que había desarrollado durante su etapa de cuentista malogrado: “Letanía terrenal”, “La indulgencia del diablo” y “La montaña sin bruma”.

Si como cuentista y poeta había sido ignorado y enterrado antes de que su carrera naciera, como novelista se ganó la indiferencia total del mundo, en general. No sólo el mundo literario lo había abandonado, también su familia y sus amigos, quienes habían apostado todo para apoyar su carrera. Ana Valeria era quien sufría más la estrepitosa y torpe desventura literaria de su esposo. En la quiebra total, con falta de atención a su familia y siempre con discusiones nocturnas sobre el hecho de que debía buscar un trabajo para mantener a su familia, según constatan los vecinos de la familia, Ana decidió dejarlo, antes de que ella y su pequeño hijo, Emilio, se hundieran junto con Rómulo y su oprobia carrera.

Así pasó Rómulo sus últimos años de vida, en donde siempre estuvo: entre las sombras. Sobreviviendo como articulista en la sección cultural del periódico “El ángel”, el único trabajo que lo mantenía ya no viviendo, sino sobreviviendo y que tenía que ver con las palabras. 

“La ciudad pierde un hijo o mejor dicho un bastardo fuera de tiempo, que, visto desde otro punto de vista, la vida le colocó en la senda de la más obscura, pero más recordada de las tradiciones literarias de los escritores, aquella vieja conocida entre escritores funestos. La de los poetas malditos, escritores dipsomaniacos, truncos y malsanos, que escribían por encargo de la inspiración, como si la vida dependiera de cada letra que salía de su pluma entre velas y desdenes existenciales. De los cuales, Rómulo era ferviente lector, y sin querer, siguió sus pasos. Ahí, hace dos siglos, seguramente nuestro escritor mal habido, hubiera sido el mejor de todos.”

–Aquí está mi artículo, señor Gómez.

–De acuerdo, Mario. Sólo una cosa antes de que te vayas, necesito que llegues temprano mañana al periódico para revisar los próximos eventos en la ciudad que te tocan cubrir.

–Lo que pasa es que no creo venir mañana a trabajar. De hecho, creo que ya no regresaré nunca.

–¿Renuncias? Como sea, tengo prisa por cubrir estos eventos y hay más gente que quiere el puesto. Pero antes de que te vayas, te confesaré que te di el trabajo sólo porque alguien me dijo que tenías experiencia escribiendo; sin embargo, nunca me tomé la molestia de investigar qué has escrito. En fin, más vale que esta última noticia o lo que sea que me acabas de entregar sea buena o no tendrás ni siquiera un peso de tu último salario.

–Quédese con mi pago, ya no lo necesitaré. Adiós.