Por: Gabriela Canales
Durante décadas las artes han sido una forma de expresión para las personas, pero en la actualidad su creación se ha visto reducida a sólo realizar cambios para que concuerde con nuestros valores.
Estas permutas han alcanzado a los clásicos de la literatura juvenil, ya que recientemente la editorial Puffin realizó más de 159 cambios en libros como Charlie y la fábrica de chocolate, Las brujas y Matilda, del escritor británico de ascendencia noruega Roald Dahl, para quitar las palabras “feo” y “gordo”, descripciones de los colores negro y blanco, lenguaje despectivo: de raza, salud mental y violencia de los textos, puesto que se consideran ofensivos y pueden crear complejos en los lectores más pequeños.
La censura ha llegado a seis libros de Theodor Seuss Geisel, mejor conocido como Dr. Seuss, autor estadounidense de ¡Cómo el Grinch robó la Navidad!, en el que también su lenguaje puede incomodar a diferentes infancias, creándoles complejos y estereotipos.
Este tipo de censura es cada vez más recurrente, volviéndose absurda conforme los argumentos salen a la luz, porque ninguna explicación es capaz de satisfacer esta serie de decisiones sin sentido.
En la actualidad parece que consideran a los niños como seres frágiles que necesitan algo que los haga sentirse identificados, pero la finalidad de la vida es madurar y no mantenerse en una percepción de sí mismos.
Los libros contribuyen a que se alcance la madurez, como los de Dahl, los cuales muestran una verdad del trato de algunos adultos hacia los niños y cómo las decisiones de ciertos estilos de crianza pueden provocar que los chicos se vuelvan tiranos.
Por desgracia, la inclusión conforme toma fuerza provoca la censura de obras antiguas y hace pensar dos veces a los escritores de nuevas historias para poder crear algo y que no sólo se trate de un refrito con una narrativa predecible y con personajes que no son para nada orgánicos, pero son políticamente correctos.
El ejemplo más claro es Disney Company: sus producciones más recientes estuvieron involucradas en polémicas por la inclusión de personajes de otra raza para el protagonista o por una pareja homosexual en escena que no trasciende ni aporta nada a la historia principal.
Las producciones terminan siendo un producto mal elaborado, el cual no cuenta algo novedoso, que trata de agradar a ciertos movimientos a los que no pudo satisfacer. Como consecuencia, tienen pérdidas y fracasos en taquilla.
El resultado de cambiar, agregar o crear personajes para que pertenezcan a una minoría no hará que el producto funcione. Censurar palabras que para nosotros sean ofensivas no concebirá la idea de que los niños lean más o que en la escuela los dejen de molestar; la vida no funciona así.
Para que los niños puedan leer, la lectura se les debe de inculcar, no verla como un gasto excesivo y, sobre todo, darles libertad creativa para que puedan elegir lo que les gusta y lo que no.
Si no queremos un aumento del índice de acoso, los niños se deben educar de forma integral, generar confianza y recurrir a docentes, padres o, incluso, especialistas en la infancia que puedan guiarlos en mejorar su ambiente.
Si desea que su hijo se sienta identificado, busque personas reales, con historias motivadoras y no personajes ficticios que sólo están para rellenar carencias de una mala historia.
Al momento, la editorial Loqueleo Santillana, en México, se negó a realizar los cambios en las obras de Dahl, manteniendo su lenguaje “ofensivo”, evitando la censura en la literatura clásica (los lectores esperan que se mantenga en esa postura).