Por: Alondra Flores Estrada
Gustavo Aschenbach es un hombre que ha perdido la pasión por la escritura, se ha enfrascado en un sinfín de palabrería moralista; en significados burdos y conservadores que han abandonado su intuición en el arte; esa presión que, de inicio, hizo que la pluma dictara las palabras en sus obras. Al estar plenamente consciente de este gran pesar, decide emprender un viaje de renovación, donde sus únicos acompañantes son sus valijas y su sentir complaciente ante el arte.
Con el tiempo, las obras de Gustavo Aschenbach adquirieron cierto carácter oficial, didáctico; su estilo perdió las osadías creadoras, los matices sutiles y nuevos; su estilo se hizo clásico, acabado, limado, conservador, formal, casi formulista. (Mann, 1912, p. 8)
A su llegada a Venecia, el sujeto se hospeda en un hotel en donde una noche de cena intercepta a una familia numerosa, de jovencitas, alguna pequeña y un joven de cabello rizado, perfil griego; lo que lleva a Aschenbach a la curiosidad y en instantes posteriores, a la fascinación.
Su rostro, pálido y preciosamente austero, encuadrado de cabello color de miel; su nariz, recta; su boca, fina, y una expresión de deliciosa serenidad divina, le recordaron los bustos griegos de la época más noble. Y siendo su forma de clásica perfección, había en él un encanto personal tan extraordinario, que el observador podía aceptar la imposibilidad de hallar nada más acabado. (Mann, 1912)
Tras su fracaso en su última novela, Gustavo encuentra en la ciudad de los canales una esperanza de nuevos aires; que pasará rápidamente a ser personificada en el joven Tadzio. Si bien en la obra el escritor nunca logra entablar ni un insignificante diálogo con el varón, por la mirada de Gustavo, la intención es más que clara: mirada que, en el caso del joven, permanece en interrogante.
A simple vista, la narración no deja ver más allá que diálogos internos de un personaje de edad adulta que es atraído por un jovencito; una cierta analogía de la vejez suplicando por un rayo de juventud que le devuelva lucidez o le preste inocencia. Gustavo es claro en lo anterior, al apostar toda interlocución a su inclinación por su “amor prohibido”.
Pero la decisión moral, más allá de todo saber, de todo conocimiento disolvente y apático, ¿no significa al mismo tiempo una simplificación moral del mundo y del alma, y, por consiguiente, una propensión al mal, a lo prohibido, a lo moralmente prohibido? (Mann, 1912)
Aunque esto implique retar a su propia conformación del bifronte, el hombre lo acepta y vive en una lucha entre sus deseos más desinhibidos; incluso si en momentos lo invade el desdén porque la parte más carnal irrumpe la racionalidad de su ser; es decir, lo consumen los principios y las reglas sociales que imponen la moral estricta.
En El nacimiento de la tragedia, Nietzsche introduce a dos dioses griegos, Dionisio y Apolo, cada uno de los cuales parten de una razón completamente opuesta: mientras Dionisio es el dios del caos surgido de la espontaneidad, Apolo rescata el orden de las cosas, el pensamiento claro y el equilibrio. Ambos son atributos, modos de ser, “filtros de la realidad” que, siendo tan diferentes son complementarios: la armonía y el caos.
Para Nietzsche, esta dualidad ciertamente cruel se afirma en el arte y emana de las tragedias griegas antiguas, las cuales muestran de manera intrínseca una duplicidad de poderes de diferentes fuerzas que denominan: lo apolíneo y lo dionisíaco. Con estas dos fuerzas artísticas, el autor recrea una forma de problematizar y comprender la diferencia el ser y el ente, reiterando que lo apolíneo es todo aquello que nos remite a la divinidad del orden y constituye la profundidad espiritual del ser, como una especie de explicación de la calma humana. Mientras que su contraparte, lo dionisíaco, es la disposición hacia lo caótico, hacia lo que desmesura al ser y lo lleva a un frenesí sexual.
Para poner a nuestro alcance estos dos instintos imaginémoslos, por el momento, como los mundos artísticos separados del sueño y la embriaguez; fenómenos fisiológicos entre los cuales puede advertirse una antítesis correspondiente a la que se da entre lo apolíneo y lo dionisíaco. (Nietzche, 1879)
Por su parte, Thomas Mann noveliza la los opuestos forjando un personaje que, por naturaleza, se compone al igual que otros seres humanos de ambas fuerzas, pero lo lleva al punto más álgido de la expresión exagerando los rasgos de Gustavo Aschenbach, quien ejemplifica la lucha dionisíaca y apolínea en una historia en la que este personaje no logra balancear ambas caretas.
La vida de Gustavo es el epicentro de la teoría de Nietzsche, pues éste expuso que al no haber equilibrio alguno la vida se debilita o se devalúa; y es aquí cuando las ansias tientan al ser. En su interlocución, Gustavo se muestra agobiado por el devenir que han tenido sus obras en el aspecto creativo, que a su parecer son más y más clásicas, borrando el sello creativo que el intelectual decidió imprimir desde un comienzo.
Tras conocer a Tadzio en el hotel de Venecia, Aschenbach ve en él una resurrección de su creatividad, se siente inspirado pues acaba de reconocer un nuevo sentido de vida. En este punto, el escritor persigue sus deseos más profundos, encarnando por primera vez el papel de amante de las fuerzas primitivas que abandonan el orden estulto del alejamiento del ser y sus vehemencias, aunque se ve frenado por la razón, misma que por años ha dictado su vida.
Al respecto, Nietzsche hace una aclaración significativa: lo más grande del ser humano ocurre cuando éste se deja llevar por sus pasiones, de ejemplo están los artistas.
Muerte en Venecia es una comparación del arte y el artista. La perfección inalcanzable que de ser alcanzada por el artista se convertiría drásticamente en una creación imperfecta y contraria a la percepción inicial; entonces surge el duelo al acercarse y hacerla su fuente de inspiración bajo riesgo propio de terminar muriendo por la decepción de nunca haber podido acercarse. Aschenbach padece de este dolor, pues su musa de inspiración no escapa de él, sino que él, por culpa y temor, no se acerca; por temor a perderse o quizás por no encontrar lo que esperaba.
Sin duda una reflexión que permite conocer a fondo el trabajo de Mann más allá de la relación impropia entre un joven y un viejo.
Referencias
Muerte en Venecia. (1912, 23 mayo). [S. Fischer Verlag]. En Thomas Mann (1.a ed.). S. Fischer Verlag. https://literaturaalemanaunlp.files.wordpress.com/2010/04/la-muerte-en-venecia.pdf
El nacimiento de la tragedia desde el espíritu de la música. (1872). En Friedrich Wilhelm Nietzsche (4.a ed.). Ediciones La Cueva. https://web.seducoahuila.gob.mx/biblioweb/upload/Nietzsche%20Friedrich%20-%20El%20nacimiento.pdf